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Julio Anguita, un político al que siempre ha admirado por su honradez y elegancia clásica, dijo una vez que la burguesía catalana era la peor de todas, lo cual provocó escándalo entre muchos biempensantes. No se refería a falta de espíritu empresarial, ni de iniciativa económica, cualidades ampliamente probadas, sino a su innata capacidad para presentarse como “progresista” y en manipular a las clases populares para sus intereses a través de la extraña alianza ideológica progresismo-izquierdismo-nacionalismo.
pscDurante años el Partido Socialista de Cataluña fue un ejemplo paradigmático: con una base de militantes y votantes formada básicamente por gente trabajadora y castellanoparlante y una “élite” política que formaba parte de la “creme de la creme” de la burguesía catalana, con nombre tan ilustres como Maragall, Nadal, Reventós, Serra, etc.
Los años de oro de la burguesía catalana fueron los del pujolismo: manos libres para manejar a su antojo a los sociedad catalana, aparente moderación hacia el resto de España, “leal” oposición del PSC, controlado por ilustres miembros de la propia burguesía catalana (y que había aprendido la lección, después de lo de Banca Catalana, de que Pujol era intocable).
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El gobierno del tripartito descoloco un poco a la burguesía catalana, pero pronto lanzaron su gran proyecto: el nuevo Estatut, cuyo principal ideólogo e impulsor fue, no lo olvidemos, Pasqual Maragall, dirigente del PSC y nieto del ilustre poeta catalán. El nuevo Estatut representaba a la perfección los intereses y las aspiraciones de la burguesía catalana: seguir en el Estado español donde hacen buenos negocios, pero con la categoría prácticamente de estado libre asociado, y con un gobierno catalán en relación “bilateral” con el español.
Aprovechando la estupidez congénita de Zapatero, el peor presidente de la historia de España, la cosa llego donde llegó, con un Tribunal Constitucional muy desprestigiado, declarando inconstitucionales (lo eran) diversos apartados de un Estatut que había sido previamente aprobado en un referéndum en Cataluña (aunque con una participación que no llegó al 50%): el victimismo estaba servido.
La vuelta al poder de CiU, con Artur Mas como presidente de la Generalitat, coincidió con la gran crisis económica. Aunque los separatistas catalanes no lo crean, el mundo no gira a su alrededor. Fuera de su mundo virtual de agravios históricos, de “prucés”, de “dret a decidir”, existe un mundo real, y este mundo real se llama globalización, crisis cíclicas del capitalismo, geopolítica, neoliberalismo, dominio de la economía financiera y especulativa sobre la productiva, etc. El flamante presidente se encontró, de golpe, con el mundo real: la gran crisis económica.
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Mas reaccionó como lo que es: un neoliberal. Cogió la tijera y empezó a recortar en gastos sociales, en sueldos de funcionarios, en enseñanza pública, en sanidad pública. Como lo hizo de forma espontánea (no como Rajoy que esperó que se lo mandara la Merckel) se dio la paradoja de que la Generalitat de Catalunya empezó los recortes antes de que los empezara el Estado Español. Todo ello con la complicidad del Partido Popular de Cataluña.
La crisis y los recortes generaron una gran contestación en la calle y la aparición de numerosos movimientos sociales. 15-M, “Xarxa de Centres contra les retallades”Assemblea de Secundaria(en la que tuve el honor de participar). El ala más radical de este movimiento llegó a rodear el Parlament el día que se votaban los presupuestos de la Generalitat: muchos diputados fueron insultados y agredidos, y el propio Más tuvo que salir del recinto en helicóptero.
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El nacionalismo comprendió que estaba perdiendo la calle, y reaccionó. Había que redirigir el descontento popular (la culpa es de Madrid, Espanya ens roba), había que “radicalizarse” (radicalitat democrática), había que buscar un aliado capaz de reconquistar las calles. Y lo encontraron: era la CUP.
El “bicho” empezó a crecer, bien alimentado. Pero pronto empezó a marcar territorio y a comer solo: con sus diez diputados (perdón, diputadas aunque algunas lleven barba) necesarios para que la coalición separatista tuviera mayoría absoluta,  logró descabalgar al propio Más (cría cuervos…) e imponer como Presidente a Puigdemont.
A partir de este momento todo se aceleró. Puigdemont representa a esta generación que ha vivido de y para la independencia. Típico representante de la clase media de “botiguers”, no tiene nada que ver con el mundo de Artur Más, educado en los colegios de élite de Barcelona y convertido al independentismo hacia cuatro días.
Convergencia i Unió, que era la representación política pristina de la burguesía catalana (junto con parte del PSC) se desmoronó en cuatro días. La escisión de Unió, el escandalo Pujol, la reconversión en PDCat, la fuga de los representantes más característicos, lo convierten en una fuerza marginal. El “prucés” también provoca grietas profundas en el PSC. Los sectores nacionalistas, que coinciden con los más vinculados a la alta burguesía catalana (Maragall, Helena, Tura, Nadal) abandonan el partido.
La CUP, con gran habilidad (aunque para engatusar a Puigdemont no hace falta ser Maquiavelo), ha llevado al “pruces” al terreno que domina: la lucha callejera. La política catalana se batasuniza por momentos: este 11 de septiembre el invitado estrella va a ser el asesino etarra Arnaldo Otegui, todo un símbolo. El próximo 1 de octubre lo de menos van a ser las urnas y el referéndum: las movilizaciones violentas promovidas por la CUP y sus cachorros van a dar el tono.
La burguesía catalana se ha quedado sin partido. Sigue teniendo instituciones importantes, como La Caixa, el Banco de Sabadell, la Camara de Comerç, el Foment del Treball o el F.C. Barcelona, pero empieza a darse cuenta que la serpiente que ha incubado ya no le hace caso y va por libre.  
La burguesía catalana está descolocada. Quizá no era tan lista como suponía Anguita.
Josep Alsina i Calvés
( Julio Anguita, pasa de considerar a la burguesía catalana como la peor de todas, 1994, a avalar su actual pacto para la independencia. Es verdad que lo hace como siempre ha hecho: una cosa y su contraria, tiro la piedra y escondo la mano, todo ello aderezado de una "lección magistral de historia", o historieta, depende.)