sábado, 4 de febrero de 2017

(Artículo de Gregorio Morán, publicado en La Vanguardia el 4 de enero de 2017)
Si tenemos en cuenta que la mayoría de la ciudadanía de Catalunya está literalmente hasta los cojones, ovarios y demás partes pudendas de esta historia del referéndum, la separación o “desconexión”, que dicen los cultos, vengo a concluir que soy un idiota y que lo mejor que podía hacer es callarme y hacer como si no me entero. A la manera de aquellos alemanes o italianos que veían subir la marea y concluían que les importaba un carajo. Ya bajará. Evidente que va a ocurrir, pero no sabemos cómo. El secreto está en el cómo.
Y mientras el secreto esté en el cómo, el silencio tiene un grado de complicidad que siempre acaba con la conclusión de los necios: “¡Yo no pensaba que…!”. O la candidez: “¡Nunca imaginé que algo así pudiera ocurrir en un país que se distinguía desde siglos por su buen hacer, los negocios, unas empresas seguras, unos políticos que robaban la proporción que corresponde a profesión tan inclinada a la sisa y el sobre!”. Todo cierto, pero yo no quisiera pertenecer a aquellos abuelos que gritan, cuando ya es inevitable, “¡Si lo decía yo! ¡Si lo decía yo!”.

Voy a tratar de no entrar en lo ya sabido si no es para enfocarlo de otra manera. Como no soy jurista, aunque algo me tocó por ser reo en más de una ocasión –me conozco la suave aspereza del sillón de acusado, que es como una caja con pinchos para faquires, pero de madera encerada; ¿de qué bosque sacarán esos banquillos lustrados por tanto culo de penado?–. Como por mi incompetencia no alcanzo ningún nivel jurídico, sólo tengo derecho a que los jueces me concedan la venia para preguntar.
No sé si alguien lleva la cuenta de todas las patochadas que llevamos oyendo desde hace un año, como mínimo: desde aquel “España nos roba”, que tuvo que corregir el conseller Mas-Colell, aunque apareciera en letra pequeñita, pasando por las genialidades de auténticos intelectuales áulicos como Vicent Partal, hasta llegar a la cima que apunta nada menos que a un juez que fue de tronío, Santiago Vidal. Hemos pasado por toda la gama de boberías dichas al tuntún y pronunciadas como mínimo en las 584 sedes –subvencionadas– del cuerpo uniformado de la Assemblea Nacional Catalana. Nos falta Dalí, que tenía un talento especial para las dos ambiciones de los “facciosos” –se dice de quien se salta a la brava los derechos constitucionales e inventa otros– que consistían en audacia para los negocios y mucha imaginación. Está llegando el momento
de poner las cosas claras, al menos sobre el papel.
(Meseguer)
A mí me hubieran internado, y con motivos, si hubiera osado, como el eminente intelectual Vicent Partal, en Bellaterra –¡aseguran que en una universidad!, ¿o fue en la estación, como Lenin en la de Finlandia de San Petersburgo?–, que la desconexión de Catalunya, es decir, de las autoridades separándose del Estado, se haría en un día, porque de vísperas se les entregaría un protocolo a todos los funcionarios de Catalunya y no tendrían más que cumplirlo al día siguiente. Si los bolcheviques tardaron diez días en cambiar el mundo, hete aquí a un cerebrito que lo tiene preparado para una sola jornada. Creo que la ovación al orador fue atronadora; al nivel mental de los oyentes. En principio y sin darle muchas vueltas, esto es un delito, o al menos motivo de que intervinieran los servicios psiquiátricos de la Generalitat. ¿Y si yo hubiera colocado el protocolo en el baño para usos íntimos, qué me hubiera pasado? ¡Traición y humillación al nuevo Estado!
Pero donde el listón se puso muy alto fue gracias al jurista Santiago Vidal, el payaso con fronteras más notable que ha desbancado de todos los circos de Catalunya a figuras que no voy a nombrar por autocensura. Decir que han robado documentos del Estado, que están en contacto con potencias extranjeras, ¿Kosovo, por ejemplo? Una eventualidad, después de que nuestro president Puigdemont –no elegido por la ciudadanía sino por la casta del 3%– hiciera el espantoso ridículo de ir a Bruselas para dictar doctrina ante 500 individuos, cuando podía haberlo hecho en el Pati dels Tarongers de la Generalitat; no fue ni un personaje que no estuviera inscrito al funcionariado y asimilados de Catalunya. No me imagino quién hubiera podido asistir. ¡Seguro que no echaron a los organizadores, pura casta de pata negra y cobro blanco!
Ítem más del ínclito Vidal. Al día siguiente de la independencia cada catalán recibiría 1.000 euros, que no es una gollería. ¡Que habían entrado en relación con la OTAN! Me desternillo pensando en la colla de la CUP, que acabarán de cobradores de impuestos de la Generalitat, una izquierda muy dada al casteller político, digámoslo en lenguaje de pueblo llano. Amén, los organizadores de la conjura habían sustraído 400 millones de euros para el referéndum, que no se celebrará nunca, de las arcas del Estado. O sea, que se los quedan. Ya dijo aquel talento político que no se merece este país, fuera de ser guardabosques o conservador de las estafas tributarias de su padre, ¡vaya pieza!, me refiero a Artur Mas, que iban a ser astutos frente al Estado. Seamos rotundos; astutos no, simple y sencillamente delincuentes.
Ahora bien, el meollo del asunto viene ahora. El sueño de Artur Mas, de intelectual tan comprometido en la lucha por la democracia como Vicent Partal, se reduce a que el Estado cometa un error. Por ejemplo, detener a un delincuente confeso como el exjuez Vidal, aforado o no aforado. Si sus palabras tuvieran algún valor serían de alta traición al Estado que le paga. Incluso redactó una lista de jueces, digna del Gobierno de Vichy –¿Pétain, se acuerdan?–, con fieles a la causa, dudosos y “quintacolumnistas”. (Los nuevos carlistas ahora asumen el lenguaje de los rojos; se han enternecido). Pero necesitan alguien para exhibir; es sabida la gran tradición religiosa: ¡Una víctima, por favor! Que no se limiten a llevarse a Madrid a la monjita Forcadell, con más miedo que una abadesa. Algo a lo bestia que justifique esa campaña de sobres y camisetas.
Uno de los tipos más curiosos del independentismo es Miquel Sellarés, a quien conozco desde 1979 y de verdad, con almuerzos incluidos. Antiguo director de Seguretat Ciutadana de la Generalitat. No le confiaría yo ni un perro caniche para que me lo cuidara, no digamos una so­ciedad. Pero sin ser el más listo, es el más audaz y el que no tiene pelos en la lengua. Y él lo ha expresado. ¡Necesitamos 500 ­independentistas en la cárcel! Eso sí sería algo serio, y no tanto juez por aquí y tanta inhabilitación por allá. Un error del Estado y arrollamos. Como mi confianza en el Estado español y sus instituciones ­es nula, temo la incompetencia. Viene de ­lejos.
¿Y nosotros, los plumillas? Sólo una pregunta que se convierte en reflexión: ¿usted, puesto a defender la libertad, la verdad o la patria, qué escogería? Si responde “Catalunya, por encima de todo”, o “España”, me da igual, en ese caso usted tiene madera de fascista. Y eso lo estamos
sufriendo.

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